Las mujeres tienen algo, algo que simplemente el hombre nunca tendrá. Algo que va más allá de la mera belleza física, del simple hecho de ser atractiva, o de tener una actitud seductora. Que no es simplemente la feminidad, pero si se alimenta de ella y se esconde tras ella. Que no necesita trabajarse, sino que crece solo, si se le deja ser. Que se manifiesta de manera espontánea, en la forma de mirar, de moverse, de sonreír al regalarte un “hola”, de ponerte atención, en situaciones tan triviales como cuando se lavan las manos, o leen un libro, o preparan una comida, o te preguntan algo. Es algo que, de manera bastante cursi, me gusta llamar ‘magia’.
Recuerdo una ocasión en que viajaba en metro, línea 4, en el trayecto que va por la superficie. Estaba frío, pues había llovido el día anterior, pero el sol brillaba, así que se podía ver la belleza de la cordillera, y mientras imaginaba como habría sido de hermoso el valle de Santiago, antes llegar la llamada ‘
civilización’, sube ella, ‘la niña de morado’, así la llamo ahora. Una vez, un amigo me dijo, ‘no me gustan las mujeres a la
moda, me gustan las mujeres con estilo’, y ella era una. Vestía una parka lila, guantes morados, bufanda del mismo color, aros, sombra, y labial rosa. Sacó su pendrive para oír un poco de música, y adivinen el color de este, rosado también. Si hasta su aroma me recordó a una mezcla entre frambuesas y moras. Se veía encantadora, y probablemente no sabía cuanto, quizás salió de su casa pensando “voy bonita”, con esa picara y juguetona vanidad de las mujeres, y aún así, sin mucho esfuerzo, irradiaba esa ‘magia’ que esconde la feminidad. Entonces pensé que el mundo debería estar plagado de mujeres como ella.
En otra ocasión, saliendo del trabajo, y como regularmente sucede en ‘la esquina del blues’, junto al quiosco, alguien toca un poco de música. Esta vez, dos mujeres. La primera, tocaba la guitarra, la segunda, cantaba. ¿Por qué esta ‘magia’ parece funcionar más en los días fríos?, no lo sé. La cantante vestía zapatillas, jeans, y solo un polerón con capucha, que llevaba puesta, para abrigarse. La verdad es que pareciera que tocaban para sí, solo por el placer de la música. Poco les importaba si la gente se detenía a escucharlas, o si yo era el único que ‘perdía’ el tiempo en ponerles atención. Conversaban entre ellas, y se reían de algún
acorde malogrado, o de si la voz no alcanzaba a uno que otro tono esquivo. Las escuchaba pasear por varios temas, que para mi suerte, coincidían con mi repertorio de temas favoritos. Y me pareció en un momento que ya no había nada más, que los autos eran mudos, que las micros no gritaban, el frió se había ido, y la gente parecía caminar sobre nada. Habían logrado borrar la vorágine del mundo que las rodeaba, el caótico sonido de una ciudad desesperada por ‘irse a guardar’, e intentar descansar un poco, solo para volverse a esclavizar durante la próxima jornada. Esa guitarra, esa voz, esas dos presencias habían logrado el silencio, como si posaran suavemente sus índices en los labios de toda esa maquinaria insensible. Y la gente solo pasaba y pasaba.
Creo que todas las mujeres nacen con esta ‘magia’, algunas la ‘dejan ser’ y entonces crece, otras, tristes victimas de las circunstancias de su propia vida, sufren poco a poco el ahogo de esta. Y también las hay, más desdichadas aún, que la apagan voluntariamente, intentando hacerse deseables al hombre ofreciéndose solo como un apetecible pedazo de carne, otras sumidas en sus absurdos intentos de imitar al hombre, ya sea por encajar en el ambiente donde quien más amedrenta es más respetado, o por la búsqueda de la malentendida ‘igualdad’ con el género masculino. Pero en fin, siento que todas las mujeres la poseen, en mayor o menor medida, de una u otra forma, y me gusta ir por la vida, buscándola silenciosamente, en aquellas a quienes conozco, o en las que me encuentro en el camino.