abril 22, 2011

Dos veces fleto

Nunca voy a olvidar esa noche en la que pasé a comer con un par de amigas y otros dos tipos recién conocidos. No bastaron ni dos segundos para darme cuenta que sería uno de esos dos fulanos, el personaje encargado de personificar al infaltable pelotudo desagradable de toda reunión. Un obeso de acento chillón y actitud pedante. Una suerte de intelectualoide que no perdía oportunidad de hacer gala de sus conocimientos generales, y que -no voy a negarlo- eran en verdad bastante amplios. Lamentablemente la amplitud de conocimientos no garantiza ni inteligencia, ni mucho menos sabiduría. Para cosas así necesitas más que saberte de memoria la Wikipedia.

maximum trolling
Nos sentamos mientras las frivolidades de todos (y pedanterías de aquel obeso) empezaban a transitar por la mesa. Yo engullí rápidamente mi completo y esperé a que las chiquillas se rindieran con la chorrillana y me dejaran a mí terminarla. En eso, el señor pretencioso aprovechaba de contarnos que recientemente a uno de sus profesores (ya no me acuerdo por qué) le había dado una suerte de rabieta y se había puesto a maldecir a medio mundo, tratándolos a todos de “fletos”; al alumnado, los profesores, directores, etc., “son todos fletos”. Obviamente todos reímos, era una anécdota chistosa que se volvería referencia frecuente en las siguientes trivialidades de la noche. Para mí era además una oportunidad.

La siguiente patraña que habló me dio lo que esperaba. No sin antes comentarnos que él trabajaba junto a (cito sus palabras) un “acelerador de partículas”, nos contó de sus largos trasnoches de estudio y trabajo. Haciendo esfuerzos por mostrarse humilde y ocultar esa infinita presunción, nos explicó que además de ser un alumno excepcional, era también un profesor de la universidad.
   -Guau! -exclamaron todos- es alumno… ¡y también profesor!

Y en ese momento, mientras me terminaba las sobras de la chorrillana le dije:
   -o sea que eres dos veces fleto; fleto alumno y fleto profesor.

Le sonreí con la tranquilidad que me otorgaron las estridentes carcajadas de los demás, y lo observé lidiar con la impotencia de no saber qué responder y la frustración de tener que reírse con nosotros. Pasan los años, y el recuerdo no deja de ser exquisito.

Diego Molina